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Un verso nace impreciso, en un duelo de verbo incierto,
y no comparte la noche, ni detiene al pensamiento.
Un verso sabe a promesa entre aquel océano inmenso
de laberinto estrellado, clausurados de recuerdos.
No piensa que el mundo es libre sin arrastrar su misterio;
ni tal sentimiento fluya, sin el rigor del invierno;
que el verso es sed infinita y no tiene más remedio
que levitar dolorido, donde se halle el lamento.
Y cuando llegue la hora de perfilar su sendero,
con la visión cristalina de subsanar un requiebro,
el verso será la virtud que ennoblezca al sentimiento,
donde hallará una pregunta: ¿Profundizar, o el silencio?
Y el silencio le responde con un pensamiento viejo:
Un verso nace impreciso en un duelo de verbo incierto.
Al rapto de la blanca luz, mística esencia velada; un retorno apasionado donde fulguran palabras en vivos desasosiegos de enardecida añoranza:
¡Ah!, invierno de soledades: un dios de cálidas llamas.