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El compás nostálgico de esta obra de Haruki Murakamicombina con el ambiente bohemio de café Mokambo. Foto: Eduardo RegaladoHace mucho tiempo alguien me habló de Haruki Murakami, el autor japonés que ha estado cerca de ganar el Nobel de Literatura. Este amigo siempre me hacía comentarios sobreCrónica del pájaro que da cuerda al mundo, libro que se había leído más de dos veces y que, decía, era una maravilla. Por su recomendación tan apasionada, este escritor estaba en mi lista de asuntos pendientes.Lo conocí por casualidad: estaba en el aeropuerto y no pude contener mis impulsos. ViTokio blues (Norwegian Wood), que se publicó por primera vez en 1987, y tuve que comprarlo ?sí, fue una necesidad?. No lo empecé de inmediato, pero cuando lo hice fue imposible detenerme, porque la historia de Toru, Naoko, Midori y Reiko es fascinante. La sencillez de la narración encierra mensajes profundos sobre el amor, la muerte, la vida, el pasado y las incertidumbres adolescentes sobre el futuro.Un jugo de melón y un pie de nueces con caramelo completaránla experiencia de leer una prosa bella y delicada. Foto: Eduardo RegaladoToru ?el personaje que cuenta la historia en primera persona? escucha la canción "Norwegian Wood" de los Beatles, y recuerda momentos de su juventud junto a Naoko, una muchacha atormentada por el suicidio de su novio. A medida que avanza el relato, conoce a otros personajes, esencialmente mujeres, que lo llevan a reflexionar sobre asuntos complejos de la naturaleza humana. Y mientras uno, como lector, descubre el mensaje intrínseco de estos acontecimientos ?que pueden ser cotidianos, nada extraordinarios, pero que esconden interpretaciones de la verdad?, las propias ideas preconcebidas sobre la vida quedan golpeadas en el suelo.Esta novela, escrita con la belleza y sensibilidad propias de la literatura japonesa, está marcada por la nostalgia y la emoción. Por eso, mi primer encuentro con Murakami fue todo lo que esperaba: una lectura intensa y hermosa que me dejó con ganas de saborear otros libros de su autoría.Con música tranquila y las luces de la noche, es fácil adentrarse enel complejo mundo de Toru Watanabe. Foto: Eduardo RegaladoEl fragmento"Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo. «¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor ?ella, mi yo de entonces, nuestro mundo? ¿adónde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes"