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Un chimbador no compite en una elección para chimbar. Un chimbador fractura la votación de su misma tendencia y evita, sin que fuera esa su intención, que otro candidato con mejor desempeño en la competencia pueda mejorar sus posibilidades
Un chimbador no compite en una elección para chimbar. Un chimbador fractura la votación de su misma tendencia y evita, sin que fuera esa su intención, que otro candidato con mejor desempeño en la competencia pueda mejorar sus posibilidades. Un chimbador siempre cree que puede ganar.
El chimbador no se encuentra en el sótano de las preferencias electorales. Las colistas no son candidaturas chimbadoras, son solo candidaturas inútiles. Para poder dividir una cierta votación, un chimbador se encuentra en la mitad de la tabla de resultados. Ya se explicó que en una competencia presidencial, tendencialmente de 10 candidatos en Ecuador, entre los 4 o 5 aspirantes de la cúspide se concentran el 84% de los votos, y que el 16% restante se lo reparten entre los 6 o 5 del final.
Entonces, si tuviéramos una insufrible elección con 19 binomios presidenciales no habría ningún motivo para que las preferencias cambien significativamente en la cúspide, los 4 o 5 primeros igualmente concentrarían el voto, la docena de colistas obtendrían entre un punto o fracción y arriba estarían los chimbadores. ¿Por qué?
Los chimbadores no son los que participan sin posibilidad de ganar. Es todo lo contrario. Si una candidatura chimbadora tiene la capacidad de fracturar la votación de un candidato de su tendencia es porque ya hay una tendencia preexistente y porque el chimbador puede conseguir esos votos.
Por eso convengamos que, para nuestra política, una candidatura chimba es una candidatura falsa aunque lo sea sin saberlo. En una subasta se usaba ese término para incrementar la oferta de otros postores sin la intención de quedarse con lo subastado, pero eso es distinto porque allí hay una plena conciencia de lo actuado. ¿O es que acaso el único candidato que busca captar los votos de otros aspirantes es exclusivamente el chimbador? De ser así todos los candidatos serían chimbadores y esa es una generalización absurda. Si todo es chimbar, nada es chimbar.
Los chimbadores están en medio de los punteros y sin saber que perjudican a otro candidato de su misma tendencia. Por ejemplo, en las presidenciales de 1978, el liberal Raúl Clemente Huerta competía, en el mismo segmento de votación, con el socialdemócrata Rodrigo Borja. Los primeros de la ocasión fueron Jaime Roldós del CFP y Sixto Durán Ballén del PSC con 28% y 24% de los votos respectivamente. Si Borja renunciaba a su candidatura o no participaba, los electores de esa tendencia hubieran beneficiado a Roldós o a Huerta con mayor posibilidad que al conservador Durán Ballén. En ese caso, Huerta hubiera incrementado su 23%, hubiera rebasado a Durán Ballén y hubiera disputado la presidencia con Roldós. Tal vez hasta hubiera ganado la presidencia y otra historia contaríamos del retorno democrático.
En las presidenciales de 1992 accedieron al balotaje dos socialcristianos: Sixto Durán Ballén, desafiliado y apoyado por el conservadurismo, y el entonces novel Jaime Nebot. El primero consiguió el 32% de los votos y el segundo el 25%. En tercer lugar se ubicó Abdalá Bucaram, adscrito a la izquierda política, que le pisaba los talones a Nebot con el 23%. Si no participaba Raúl Baca Carbo por la Izquierda Democrática, una parte su 8% hubiera favorecido a Bucaram y este hubiera accedido al balotaje presidencial.
¿Acaso el único candidato que busca captar los votos de otros aspirantes es exclusivamente el chimbador? De ser así todos los candidatos serían chimbadores
En 1996 Jaime Nebot consiguió la punta de la competición en la primera ronda electoral con el 27% de los votos. Se enfrentó y perdió frente a Abdalá Bucaram en la segunda vuelta presidencial, quien obtuvo en la primera fase el 26%. En tercer lugar se ubicó Fredy Elhers con el 21% y en cuarto, Rodrigo Paz con el 14%. Ambos, Elhers y Paz, adscribían a propuestas cercanas a la socialdemocracia. Si Paz no participaba, Elhers hubiera incrementado su porcentaje de votos y hubiera enfrentado a Nebot en el balotaje, hubiera recibido, como recibió Bucaram, el apoyo de la izquierda partidaria, tal vez hubiera ganado la elección presidencial y con seguridad le hubiera costado menos conservar el poder.
En las elecciones de 2002 escaló al primer lugar el novel Lucio Gutiérrez, seguido por Álvaro Noboa. En tercer y cuarto puesto, a un punto porcentual de distancia, se situaron los socialdemócratas León Roldós y Rodrigo Borja. El primero consiguió el 15% y el segundo el 14%. Si uno de ambos renunciaba y el otro hubiera captado la atención de esos electores, hubiéramos tenido a un experimentado político de vuelta en Carondelet y no al fracaso que resulto Gutiérrez, despedido en las calles.
En 2006, Gilmar Gutiérrez, hermano del destituido Lucio Gutiérrez, tras el inesperado viraje ideológico de su hermano al llegar al poder, se presentó como una de las cartas de la centroderecha. Gilmar consiguió el tercer lugar con el 17% de los votos, en cuarto lugar se instaló León Roldós con el 15% y en quinto lugar, Cynthia Viteri del centroderechista socialcristianismo que obtuvo el 10%. Sin Viteri en las elecciones, la centroderecha hubiera incrementado el porcentaje en Gilmar Gutiérrez, tal vez hubiera superado el 23% de Rafael Correa y hubiera disputado la segunda vuelta presidencial con Álvaro Noboa. Correa no hubiera existido, al menos no desde entonces.
En la más reciente elección presidencial, el conservador Guillermo Lasso obtuvo el 28% de los votos, a 11 puntos de distancia del revolucionario Lenín Moreno, hoy presidente de la República. En el tercer lugar se instaló otra vez Cynthia Viteri que compartió los votos de la centroderecha y obtuvo el 16% del electorado. Sin Viteri en la contienda, Lasso tal vez se hubiera aproximado a los 40 puntos o quizás los hubiera remontado, consiguiendo el triunfo en una sola vuelta electoral.
¿Acaso los experimentados políticos mencionados en cada uno de estos eventos electorales compitieron con la única intención de perder la disputa y quitar votos a otros candidatos? Eso es completamente absurdo.
Los votos no son endosables, pero hay ciertas propensiones electorales que podrían explicar por qué el voto se concentra en la cúspide, porque hay más candidaturas de izquierda en todas las disputas y por qué a la derecha le cuesta menos concertar.
Si en las presidenciales de 2021 se decantan tres opciones en la cúspide, una por la derecha conservadora y la otra por el autoritarismo populista, el tercer sector estaría en el centro pluralista desde la centroizquierda hasta la centroderecha. Allí es el lugar donde los políticos, dirigentes y partidos deben ceder, tenderse puentes, escoger a un candidato de unidad, ascender en la tabla y disputar el balotaje presidencial. El dilema consiste en renunciar a las vanidades con la intención de ganar o en ser los chimbadores de sí mismos.
Los chimbadores están en medio de los punteros y sin saber que perjudican a otro candidato de su misma tendencia