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¿Se cuestionará el primer mandatario sobre la herencia de hostilidad que dejará tras su partida? La ira se impone progresivamente como parte de una nueva ética pública, sin autocrítica, paciencia, ni madurez política. Esta será recordada como la década de la ira correísta
Diez años después de declararle la guerra a los medios de comunicación privados, el presidente Rafael Correa regresó a Teleamazonas. Así empieza la despedida del primer mandatario de su sillón presidencial.
En medio de la entrevista, el presidente Correa reconoció que es propenso a la arrebato y a la irritación. Dijo textualmente: “yo no soy intolerante, soy irascible”. Irascible es la persona propensa a la ira. ¿Acaso a nadie le preocupa que el señor presidente sea propenso al resentimiento, a la irritabilidad y a la hostilidad?
Tras la entrevista en el canal privado, el presidente Correa dejó una estela de agresividad que contagió inmediatamente a sus defensores quienes asumieron disciplinadamente la misma actitud de amargura. ¿Se cuestionará el primer mandatario sobre la herencia de hostilidad que dejará tras su partida? Esta será recordada como la década de la ira correísta. Pero ¿qué es la ira?
Algunos correístas dijeron que la ira no tiene significado, como si fuera difícil buscar una acepción que permita entender el principal defecto del presidente Correa, dicho en sus propios términos.
Que un presidente sienta con frecuencia animadversión, antipatía, enemistad en el ejercicio de sus funciones es algo que debe ser cuestionado, aun por sus más apasionados seguidores. La salud emocional es una de las características más importantes en un político para el desempeño apropiado de sus responsabilidades públicas. Está claro que alguien sin control emocional no es una persona apta para ejercer una función política.
Pero esta no es una discusión semántica. Es obvio que a alguien que vocifera y agrede, en televisión nacional y señal abierta, lo menos que le importa, al vociferar e insultar, es indignarse por la pobreza o por las inequidades. Además de que esos no fueron los temas por los que el presidente perdió el control. Parecía, como en otras ocasiones, que intentaba imponerse con agresiones y compensarse, es decir, vengarse. Esa es la segunda acepción de la Real Academia Española para la palabra “ira”, es el “apetito o deseo de venganza”.
Este fanatismo es lo que define esta época de ausencia de serenidad, prudencia y moderación en la política
La irascibilidad en unos casos es sinónimo de indignación y en otros de deseo de venganza. ¿Qué es la irascibilidad en este caso particular?
En el debate se vio un presidente desencajado que respondía con ataques personales a su entrevistador sobre el que ya circulan nuevos agravios y descalificativos en redes sociales. Se ve al periodista de la accidentada entrevista cometiendo un acto absolutamente incorrecto e incivilizado. ¿Pero, todos los defectos de los críticos del presidente Correa justifican al mandatario para ser una persona irritable y hostil? ¿Esta es la forma de responder a las críticas? No. Un presidente con control emocional debe asumir una actitud de ponderación y serenidad frente a las críticas porque sobre sus hombros reposan los destinos de toda la patria. ¿Acaso es apropiada su hostilidad e irritabilidad al adoptar las principales decisiones de Estado?
Todos sentimos ira. Todos, en diferentes formas e intensidades. Pero en este caso estamos hablando que el más alto magistrado del Estado reconoce que la ira es su principal defecto como ser humano. Su ira podría contaminar sus decisiones y cegarlo. ¿El presidente Correa ha tomado decisiones de Estado bajo la influencia dominante de su sentimiento de ira?
Nadie cuestiona en el presidente Correa que se sienta irritado en determinadas circunstancias. Lo que es problemático es que mientras ejerce sus funciones como principal ejecutor público, sus acciones estén dominadas por algún sentimiento de irritación, hostilidad o deseo de venganza.
Pero la ira es la ira y punto, dijeron algunos correístas a través de las redes sociales. No tiene acepciones, ni significa nada para unos pocos defensores del mandatario que se negaron a buscar el significado para la palabra “ira”. Algunos de estos llegaron al inútil extremo de la agresión, como haría su líder cada vez que se le acaban los argumentos. E inclusive, la frondosa lista compuesta por casi dos centenares de insultos ponen en evidencia a un mandatario que intenta imponerse a toda costa, y cuando se le acaban los argumentos su sentimiento de irritación, hostilidad o deseo de venganza se traducen en insultos en contra de sus críticos.
Este fanatismo es lo que define esta época de ausencia de serenidad, prudencia y moderación en la política. La ira se impone progresivamente como parte de una nueva ética pública, sin autocrítica, paciencia, ni madurez política. Cualquier denuncia de corrupción es inmediatamente tapada por una montaña de insultos y por la irascibilidad de un presidente que persigue a los denunciantes con agresiones públicas, aunque el tiempo les diera, poco a poco, la razón a las denuncias y a los denunciantes.
Toda esta década de la ira estuvo marcada por la ausencia de un dialogo sano entre sociedad y gobierno, entre opositores y oficialistas, gestionado con altura y respeto.
La irascibilidad es la propensión a la ira, y la ira el deseo de venganza. Es una pena que se pierda la objetividad sobre algo que puede liquidarnos como sociedad.
La ira es la ira y punto, dijeron algunos correístas por las redes sociales. No tiene acepciones, ni significa nada