¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Gabriel Hidalgo Andrade escriba una noticia?
Tan vulgares como los artistas que no tienen ningún compromiso con la democracia son los políticos disfrazados de periodistas que buscan vender a sus públicos como si se trataran de una mercancía
Don Day es una celebridad televisiva en Ecuador. Ha interpretado algunos papeles en series cómicas y es, además, un artista musical. Don Day, nombre artístico que utiliza Diego Álvarez, aseguró que rechazó la propuesta de embolsicarse 20 mil dólares a cambio de convertirse en asambleísta porque “más pesa su dignidad”.
Las declaraciones de Álvarez descubren la existencia de un mercado de compra de candidaturas, que las estrellas de pantalla son los más cotizados y que a los inversores de esta política les interesa un bledo la democracia, sino conseguir el poder. Álvarez fue tajante: “Por más billete que me ofrezcan lo mío es actuar y cantar”, dijo al Diario Extra.
¿Por qué no, Don Day? ¿Por qué no quieres participar en elecciones y, tal vez, convertirte en asambleísta? Porque intentarlo, dijo, sería “indigno”. No tendría ningún mérito ni corresponde a mis circunstancias, insinúo Álvarez. Vender su popularidad, conseguida como artista, sería indigno para alguien que se realiza como profesional actuando y cantando, no fingiendo legislar, no simulando ser el político que no es. ¡Aplausos de pie para este señor que demostró más sensibilidad por la política que cualquiera de sus pares convertidos en candidatos!
No se puede decir lo mismo de otros artistas, modelos, bailarinas, futbolistas y payasos que sucumbieron a la oferta de buscar una parcela de poder, apenas por sentirse populares. Lo peor es que a esta lista se suman esos denunciologos disfrazados de periodistas convertidos ahora en flamantes candidatos. Y no me refiero a los comunicadores que se destacaron prolongadamente en la información política (no deportiva, ni chismográfica) y que se decantaron por el partidismo después de renunciar a la comunicación. Me refiero a esos nuevos candidatos que convirtieron su oficio en un espectáculo llorón para catapultarse al poder.
Rubén Darío Buitrón asegura que “… esa persona se puso la máscara de periodista para hacer política. Y la peor política: la de la denuncitis, de la minucia, de la dramatización del sufrimiento de los marginados, de la victimiología, del redentor que agarrado de un micrófono (…) En ese momento (no después) ya no están pensando como periodistas, sino como aspirantes a los privilegios del poder. (…) Usar el medio en el que se trabaja (o se posee) y usarse a sí mismo como plataforma electoral es una de las peores desviaciones del periodismo contemporáneo”.
Pero pocos de estos tendrán suerte. La gente los castigará en las urnas
Estos son los aspirantes a políticos más infames. Tan vulgares como los artistas que no tienen ningún compromiso con la democracia son los políticos disfrazados de periodistas que buscan vender a sus públicos como si se trataran de una mercancía.
Estos improvisados y arribistas son la nueva tragedia política del Ecuador. Tanto opositores como oficialistas, estos son los hijos de un correísmo que en esta década destrozó las pocas instituciones democráticas y convirtieron a la política en un espectáculo tragicómico de corrupción, alaridos, insultos y tarimas.
Pero pocos de estos tendrán suerte. La gente los castigará en las urnas. Muchos tendrán que conformarse con el fracaso por confundir su acceso a los micrófonos con sus ambiciones personales de ascender rápidamente en la escala de privilegiados políticos.
Don Day sí pudo respetarse. Pero, si actores, payasos o denunciólogos no conocen el respeto por sí mismos o por sus públicos, ¿cómo pueden saber de política, gobierno o democracia?