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Tendrá que ofrecer fiscalizar a profundidad toda esta década de poder, enjuiciar a los responsables, encerrar a los culpables y devolver lo que se hubieran robado. Eso significa irse en contra de todo el hermetismo correísta y de todos los sellos impuestos para su protección
Si Lenin Moreno quiere la presidencia deberá matar su herencia correísta. En eso consiste el parricidio político. Deberá negar a sus padres políticos y hasta herirlos de muerte.
Tendrá que ofrecer fiscalizar a profundidad toda esta década de poder, enjuiciar a los responsables, encerrar a los culpables y devolver lo que se hubieran robado. Eso significa irse en contra de todo el hermetismo correísta y de todos los sellos impuestos para su protección.
También quiere decir que Moreno deberá ofrecer gobernar con la oposición, permitir la presencia de los nuevos asambleístas opositores en la apertura de los expedientes investigativos, empezar a transparentar las cuentas de las administraciones públicas anteriores, abrir los causes para enjuiciar políticamente a sus antiguos compañeros y verlos, a muchos, tras las rejas.
Ahora se entiende mejor por qué se especula sobre la solidez del binomio Moreno-Glas, y por qué el primero no estaría de acuerdo con la presencia del segundo.
Entonces Lenin Moreno debe tomar distancia del correísmo cuanto antes. Aunque el capital político de Moreno corresponde a su gran aceptación electoral, eso no lo convierte en el candidato preferido por las facciones más influyentes del correísmo. De hecho, el preferido por Correa para sucederle en su sillón de poder es su incondicional Jorge Glas. Hasta crearon una enorme institucionalidad burocrática para hacer campaña en las zonas afectadas por el terremoto. Glas sería el gran líder de la reconstrucción. Pero no les resultó. El vicepresidente, caracterizado por sus gestos agarrotados, su sonrisa torcida y su total ausencia de carisma, no despuntó en las encuestas y, otra vez, tuvieron que volver su mirada al expatriado en Ginebra.
Según el presidente Correa, Daniel Scioli, el presidenciable escogido para suceder a los esposos Néstor y Cristina Kirchner, quienes se turnaron para gobernar la República Argentina desde 2003, perdió las elecciones presidenciales del 25 de octubre de 2015 por alejarse del kirchnerismo. Nada es más falso. Al contrario, Scioli perdió por no alejarse lo suficiente, por no marcar distancias, por no acabar con su comprometedora herencia, y eso lo saben Moreno y su equipo.
En un posible parricidio político, el morenismo se juega el 30% de aceptación que es su capital político electoral
Conscientes de esto, Moreno y su equipo lanzaron su primer globo de ensayo. En declaraciones públicas, Moreno calificó como “elefantes blancos” a la obra emblemática del correísmo, a las Escuelas del Milenio. Hubo pocas consecuencias. Apenas se ha dicho algo al respecto en los sectores de oposición. Pero ese no es el público que le interesa a Moreno como presidenciable, sino el gran electorado crítico al correísmo.
Si Moreno era la carta más opcionada para el oficialismo, ¿por qué demoraron tanto en confirmar su candidatura? ¿Acaso no gozaba del apoyo del presidente Correa y de las principales cabezas del correísmo? ¿Por qué volcaron tantos esfuerzos, recursos, sabatinas, giras, inauguraciones de obras, recorridos para que Glas los protagonizara si no era para intentar posicionarlo como candidato presidencial?
La estrategia parricida del morenismo significaría al menos dos cosas. El 30% de la intención de voto que atribuyen las encuestas a Moreno es su posible techo electoral y por tanto deberá echar mano de la votación que es crítica al correísmo, criticándolo y escupiendo al cielo. Moreno deberá separarse del correísmo, criticarlo, acusarlo, amenazarlo, si quiere conseguir el voto de los sectores disgustados por el recorte de las libertades individuales, por el acoso tributario a los ciudadanos, por la falta de oportunidades, por el enorme desempleo, por las denuncias de corrupción y la extravagancia de los excesivos gastos en lujos personales de los principales funcionarios públicos.
De ser así, el morenismo estaría cometiendo el tremendo error de subestimar al voto duro correísta, calificándolo de incondicional y sin criterio como para creer que este no pueda desanimarse por declaraciones como éstas.
En un posible parricidio político, el morenismo se juega el 30% de aceptación que es su capital político electoral o la posibilidad de disputar la presidencia con opciones reales. Sucederá lo segundo pues las ambiciones de poder no tienen límites en quienes lo han probado.
Ahora se entiende mejor por qué se especula sobre la solidez del binomio Moreno-Glas
Saltarán sapos y culebras en esta campaña.