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¿Alguien ya pidió cuentas al ministro Carvajal? ¿Ya fue llamado a la Asamblea Nacional para ser interpelado por sus declaraciones? Toda la oposición se limita a mirar. Ese ostracismo también forma parte del plan
“No hay plata” afirmó Miguel Carvajal, secretario de la Política del gobierno de Lenín Moreno. Lo dijo el sábado pasado, durante una reunión del Congreso de Ética de Alianza País. ¿Ética?
Pero lo dicho por el alto funcionario es apenas el síntoma, no es el diagnóstico. Agregó que “el vacío fiscal es de alrededor de 5 mil millones de dólares”, que “tenemos dificultades enormes para salir al mes”, y que “la situación del IESS era insostenible, estaba quebrado el IESS”. Una voz calificada del gobierno confirmó que el correismo quebró el sistema de seguridad social.
Pero todo hace parte del mismo libreto político. El correismo pasará a la historia por su absurda negación a todos sus errores históricos. El negacionismo es precisamente eso, esquivar la inocultable realidad para esconder una verdad incómoda. La “década ganada” es un fraude histórico posibilitado por una mafia clientelar que saqueó a manos llenas la última bonanza petrolera del país. Pero eso parece lo menos importante dentro de la disputa dialéctica poscorreista.
Lo importante para los operadores políticos es dividir en dos el campo de la disputa. Desde que el aliancismo fracturó su hegemonía emergieron dos sectores de interés, cuya preexistencia se encontraba disimulada bajo el mismo paraguas partidario. Hoy toda la política gira en torno a morenistas y correistas, como se manifestó al inaugurarse este régimen. Los primeros se presentan como una fuerza de renovación democrática, de reconfiguración de los equilibrios de poder y como los actuantes de la transparencia pública, mientras que los segundos son los custodios de la herencia modernizadora, de la redistribución de la riqueza y de la amplificación de los derechos. Ambos relatos son ficciones incontrastables con la realidad y posiciones negacionistas. Ambos defienden mentiras que dejan damnificados a su paso pero que les permite conservar intacta su hegemonía. Ahí reside su engaño.
El artificio consiste en mantener intocada la lógica populista maniquea, cuya dicotomía se expresa en una relación perpetua entre dos actores antagónicos. Los morenistas, acompañados de sus aliados nebotistas, y los correistas con sus aliados locales, manifiestan una relación absolutista con capacidad de borrar de la escena pública a otros actores con idéntica legitimidad democrática. El juego consiste en dejar por fuera a la oposición democrática y asfixiarla.
El artificio consiste en mantener intocada la lógica populista maniquea, cuya dicotomía se expresa en una relación perpetua entre dos actores antagónicos
Quienes hacen los malabares son los negacionistas. Todo es un invento de la derecha internacional para liquidar a los gobiernos progresistas de la región, dicen. Las denuncias, investigaciones y pruebas sobre los sobornos, malversaciones, tráfico de influencias y enriquecimiento con los dineros públicos forman parte de una estrategia publicitaria bien montada por la restauración conservadora, afirman. Hasta los atentados terroristas en Esmeraldas son montajes para traer de regreso la Base de Manta, dicen con su habitual tono indolente.
Los negacionistas, son los buenos y bienhechores. Por impolutos e ingenuos fueron traicionados. Y en este campo de falsificación de subjetividades está narcotizada la opinión pública, los medios de información y la oposición legislativa que queda fuera de la frontera de la política, para conformarse con el indigno papel de mirar cómo se roban al país. ¿Cuánto tiempo más tomará a los antiguos “compadres” aliancistas recuperar los pretéritos pactos políticos y rehacer el monolito revolucionario? ¿Acaso dependerá de la latente tentación destituyente?
Los correistas saben que no volverán a tener el poder bajo el mismo repertorio que nació entre el 2005 y 2006: crisis institucional, asamblea constituyente, concentración del poder, secuestro de la política, confiscación de los recursos públicos e intenciones de perpetuidad. Lo saben tan bien que lo único que les resta es sabotear al gobierno de su copartidario, generar una crisis de legitimidad democrática, provocar una nueva fractura institucional y sembrar ideas constituyentistas, todo por la vía destituyente y antidemocrática. Ya lo están haciendo. Sus voceros son expertos provocadores de polémicas públicas.
¿Ya se convocaron para reinstalar al legislativo en vacancia? ¿Ya pidieron cuentas al ministro Carvajal para ser interpelado por sus declaraciones ante la Asamblea Nacional? ¿Ya reunieron las firmas para enjuiciar políticamente a Richard Espinoza? ¿Ya se inició un proceso de fiscalización política sobre el manejo de la seguridad social en nuestro país? No. Toda la oposición se limita a mirar y hasta a aplaudir. Mientras más lodo se tire sobre la revolución, mejor. Ese ostracismo también forma parte del plan.