¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Gabriel Hidalgo Andrade escriba una noticia?
Muchos periodistas, analistas, académicos y políticos que no hicieron el ejercicio de comparar la protestas en todo el mundo creen firmemente que Quito encendió la chispa de un fuego revolucionario. ¿Por qué?
Quito se encendió en intensas protestas sociales por el decreto que incrementaba los precios de los combustibles. Mientras más de un millar de heridos y siete personas fallecidas durante las manifestaciones enlutan a los ecuatorianos, para algunos la violencia para obligar a retroceder al gobierno nacional fue motivo de celebración. Se dijo que Quito era nuevamente Luz de América, que Ecuador es la chispa que encendió las protestas globales en contra de los abusos gubernamentales y que nos preparábamos para una segunda independencia latinoamericana.
Esta afirmación y otras del mismo estilo solo contribuyen a romantizar la violencia y a postergar las finalidades de protestas legítimas. La destrucción de Quito no es ninguna luz de nada ni nos preparamos para ninguna nueva independencia. Basta con comparar las movilizaciones sociales en todo el mundo. Solamente en Venezuela se vive desde enero de este mismo año una serie de intensas medidas sociales de rechazo en contra del gobierno de Nicolás Maduro y a nadie se le ocurriría decir que lo sucedido en el país caribeño es la chispa que ha encendido el descontento global. Lo mismo en Haití en donde las protestas que exigen la dimisión del presidente Jovenel Moïse arrancaron en febrero de este año y se mantienen hoy.
Lo que hay es un conjunto de protestas producidas en distintos lugares del mundo, sucedidas en diferentes países que están gobernados por distintas autoridades con disímiles ideologías, protagonizadas por muchas variantes de actores, que rechazan distintas decisiones gubernamentales. Es una falsificación de las movilizaciones populares categorizarlas como independentistas, que hay una organización centralizada de los eventos de protesta o que hay un monolito universal y proletario organizado en contra del oprobio capitalista mundial. Sí que hay un sistema representativo institucional que ha fracasado al excluir a la pluralidad de demandas de la sociedad, hay protestas nacidas en este desengaño, hay infiltraciones de grupos radicales, hay minorías violentas y terroristas, y hay facciones antidemocráticas que quieren beneficiarse de este caos.
Es mejor dejar de romantizar la violencia, la pobreza y la marginación. Muchos periodistas, analistas, académicos y políticos que no hicieron el ejercicio de comparar la protestas en todo el mundo creen firmemente que Quito encendió la chispa de un fuego revolucionario. Pero son tantos países de seis subcontinentes los que enfrentan severas jornadas de protesta que las similitudes resultan demasiado forzadas.
En Sudamérica, Centroamérica, Norteamérica, Europa Occidental, Asia Occidental y Asia Oriental se vive un intenso despliegue de manifestaciones de rechazo en contra de la corrupción, del ajuste fiscal y de los abusos del poder estatal. Lo cierto es que hay muchas variantes y muy pocas coincidencias entre los países, como mucho sentimentalismo publicitario que trata de hacer creer lo inverosímil.
Es mejor dejar de romantizar la violencia, la pobreza y la marginación
París, Quito, Santiago de Chile, Barcelona, Hong Kong, Tegucigalpa, Puerto Príncipe, Beirut, Bagdad y La Paz son el escenario de una inusitada furia popular. Los manifestantes, en estos distintos lugares, se tomaron las calles para enfrentarse a la policía como en Francia, Ecuador, Chile, Haití e Irák o para bailar y cantar en los espacios públicos como en El Líbano. Sin embargo, en todos estos países hay una reforma neoliberal en marcha y se exige la destitución de sus presidentes de gobierno.
En Barcelona se reclama por la sentencia de encarcelamiento en contra de un grupo de líderes separatistas y no para derrocar al presidente Pedro Sánchez, un gobernante socialdemócrata. Lo mismo sucede en Hong Kong en donde se reclama un posible recorte en las potestades autonómicas de la región dependiente a la República de China, sin exigir la dimisión de Carrie Lam, la gobernante hongkonesa de derecha católica.
En Honduras, Irak o Haití se protesta por la corrupción de su gobierno o por las medidas arbitrarias en materia fiscal. Esto se parece en algo a lo sucedido en Ecuador y poco a lo que sucede en Chile. En la Paz la protesta gira en torno al fraude electoral perpetrado por Evo Morales, un presidente indígena de izquierda chavista. En España, Honduras, Haití, Hong Kong o Bolivia no hay un ajuste neoliberal que haya encendido las protestas.
¿Se trata del resurgir global de progresismo o de la agitación provocada por infiltraciones anarquistas que buscan el caos? No es ni una ni otra cosa. Se trata de la reaparición de una sociedad civil contemporánea que se expresa sin mediaciones representativas. También de la institucionalización del conflicto que es ambicionada por distintos actores de polarización social que prometen encarnar políticamente las demandas insatisfechas, enfrentar hasta la derrota a sus enemigos imaginarios y restablecer la paz por la vía de la violencia estatal.
Silenciosamente, los románticos nos están imponiendo la fábula revolucionaria de la independencia que no es otra cosa que el espacio para la reaparición global de los populismos de extrema derecha y de los fascismos contemporáneos.
Lo que hay es un conjunto de protestas producidas en distintos lugares del mundo, sucedidas en diferentes países que están gobernados por distintas autoridades con disímiles ideologías