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Si el señor vicepresidente quiere contestar a las acusaciones que se le imputan, que lo haga, es su derecho. Pero de alguien con su investidura no se espera que responda como un roedor arrinconado, que gruñe como último recurso
El vicepresidente Jorge Glas llamó histéricas a las legisladoras que trabajan por su destitución. El apelativo llega a engrosar la larga lista de reacciones misóginas utilizadas por correístas que se sienten amenazados.
La histeria era una enfermedad únicamente femenina. Atribuida al útero, se creía que se podía paliar sus efectos con paroxismos o, dicho de otra forma, con estimulación genital. A partir de 1850, muchos psiquiatras, todos hombres, creían que cualquier comportamiento que no se ajustaba a los arreglos sociales de la época debían catalogarse como histerias y a las mujeres que no encajaran en esos convencionalismos sociales como histéricas.
Por extensión, ya en esa época, si la mujer quería estudiar, trabajar o pensar libremente era, en muchos casos, diagnosticada por histeria y por tanto debía renunciar a sus delirios de autonomía. Sí, durante casi un siglo la histeria era una ficción machista creada para descalificar a toda mujer que osara desafiar los cánones del patriarcado.
Hay muchas “histéricas” en nuestra Historia. Manuelita Sáenz, heroína de las independencias latinoamericanas; Matilde Hidalgo, primera sufragista latinoamericana; Dolores Cacuango, defensora de los derechos colectivos o Ana de Peralta, activista en contra de la discriminación, son unos pocos de los cientos de casos de destacadas mujeres que habrán sido acusadas de histeria por ganarse un lugar en la eternidad.
Pero la contradicción no consiste solamente en que quien insulta es el heredero del presidente más misógino que recuerde la democracia ecuatoriana. La incongruencia es que viene de un proyecto político cuyos voceros se llenan la boca de respeto, de justicia o de equidad.
¿En dónde habrán guardado su feminismo las apasionadas militantes de la revolución ciudadana cuando periodistas, activistas por los derechos humanos, dirigentes políticas, dignatarias y más ciudadanas han sido insultadas durante la felizmente extinta verborrea sabatina y por su vulgar director?
Con insultos conseguirá solamente que a él también lo echen de los lugares públicos como ya lo hacen con su mentor
¿En dónde habrán quedado estas feministas de cafetín que batían palmas frente al mandamás cada vez que decía que la equidad de género ha servido solo para mejorar la farra? ¿En dónde…?
¿En dónde están ahora mismo? ¿Sabrán que un grupo de legisladoras fueron etiquetadas como histéricas por ejercer sus funciones? ¿Sabrán que esta ofensa, usada por el remedo del prepotente, es una confirmación del desprecio que sienten los más altos dirigentes de su decadente revolución por toda mujer decente de este país, incluyéndose a sí mismas y a sus propias compañeras?
Una cosa es no estar de acuerdo con estas damas, pero otra, muy distinta, es permitir que estas actitudes de odio por los demás se expresen con reacciones traídas de siglos pasados. ¿Y este neandertal era el que aspiraba a ser presidente?
La histeria como enfermedad desapareció para la psicología moderna y hoy es reinterpretada como un trastorno, sin ninguna relación con el útero, que somatiza el estrés profundo en un área del cuerpo, sea de mujeres como de hombres.
Hoy, la palabra histeria como se la entendía en el siglo XIX ni siquiera existe. Solo queda como un rezago lingüístico para el uso de los misóginos que no entienden que mujeres y hombres somos iguales con nuestras diferencias, que las sociedades cambian y que todos merecemos el mismo respeto.
Si el señor vicepresidente quiere contestar a las acusaciones que se le imputan, que lo haga, es su derecho. Pero de alguien con su investidura no se espera que responda como un roedor arrinconado, que gruñe como último recurso.
¿En dónde habrán quedado estas feministas de cafetín que batían palmas frente al mandamás cada vez que decía que la equidad de género ha servido solo para mejorar la farra?
Con insultos conseguirá solamente que a él también lo echen de los lugares públicos como ya lo hacen con su mentor.