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El presidente se apoderó de la avenida Cevallos de Ambato
El legendario líder populista, Carlos Guevara Moreno, fundador del cefepismo, solía decir que la calle le pertenecía. Había organizado un partido al estilo de los partidos nacionalistas europeos y era un experto en la utilización de técnicas inéditas de movilización de masas. Consiguió, en la década de los años cincuenta del siglo pasado, la Alcaldía de Guayaquil y estuvo a punto de convertirse en Presidente de la República.
Eran otros tiempos los de Guevara Moreno. Quienes le acompañaban en sus protestas callejeras no llegaban a las manifestaciones en buses ni recibían gratificaciones económicas. Estaban junto a él porque creían en la razón de su lucha contra los poderes establecidos. El eslogan era muy simple: “pueblo contra trincas”. No había funcionarios públicos ni grandes gastos en tarimas, orquestas y promociones.
En la Avenida Cevallos de Ambato, equivalente a la Avenida 9 de Octubre de Guayaquil, el espíritu de Guevara Moreno apareció en el Presidente Correa, quien, en medio del fastuoso festejo organizado con recursos estatales, sintió que la calle le pertenecía, aturdido por los gritos de los funcionarios públicos y de los compatriotas bien gratificados que se movilizaron en buses, automóviles oficiales y aeronaves.
Creyó que eran ambateños los que, espontáneamente, le aplaudían y vitoreaban en la Avenida Cevallos, cuando, en realidad, los veinticinco mil enfervorizados ciudadanos allí apostados ni siquiera sabían que el célebre Montalvo combatió, con su pluma, a los autócratas y dictadores.
En su encendido discurso tarimero, el Presidente defendió las bondades de su Ley de Comunicación mordaza, olvidándose que, en Ambato, existe un monumento a la Primera Imprenta con el cual se rinde tributo diario a la libertad de información.
Varias encuestadoras le anticiparon al Primer Mandatario que los ambateños le evaluaban peor que los guayaquileños. A pesar de ello, escogió la tierra de los tres juanes para su insólita fiesta de aniversario.
Con gratificaciones el presidente movilizó a sus correligionarios a la ciudad de ambato para el festejo de 3 años de gobierno
Deben haberle dicho sus consejeros que bastaban unas cuantas pantallas en una vía cerrada por dos días para que los ambateños cambien de opinión y se alineen masivamente con los socialistas del Siglo XXI. ¡Cuánto se equivocaron en sus apreciaciones!.
Se dispararon los resentimientos de los ambateños con el Gobierno por el cierre de la Avenida Cevallos y la invasión gratuita y programada de funcionarios públicos pasajeros de buses interprovinciales. A qué hora se van de nuestra ciudad dijeron, con sobrada razón, los conductores víctimas de la congestión del tráfico, los peatones que no pudieron ingresar al centro de la urbe, los dueños de casas y negocios en la Avenida Cevallos, los ciudadanos fastidiados con la jerga presidencial y la abusiva publicidad oficial. Unos pocos tuvieron la suerte de obtener algún beneficio del festejo presidencial. Enhorabuena por los que pudieron vender más alimentos a los hambrientos militantes de la revolución ciudadana.
“Vayan a festejar en otro lugar” fue la expresión generalizada de la mayoría de ambateños. Con Discursos y festejos no se solucionan los problemas de inseguridad, desempleo y pobreza, dijeron.
Hubo un interesante despertar de la sociedad civil ambateña. Miles de ciudadanos se vistieron de negro. Circularon mensajes y hojas volantes. Se abrieron foros de discusión acerca del cierre de la Avenida Cevallos que, por cierto, dejaron en muy mal predicamento a las autoridades municipales que pusieron el espacio urbano de la ciudad al servicio de una cuestionada causa política.
Lo grave es que los gobernantes, mediante el uso de la fuerza, ofendieron a los ambateños. Sí, por la fuerza. Un escudo policial impidió la libre circulación vehicular y peatonal. Ante las autoproclamadas amenazas de conspiración, cualquiera que no llevaba los colores del socialismo mercantilista fue considerado sospechoso. ¡Retire el vehículo, ya viene la comitiva presidencial” gritaban los miembros de la escolta a los pacíficos ciudadanos ubicados al pie de sus propios domicilios.
Si el Presidente llegó a la ciudad de Ambato con una aceptación del 36% a su gestión y un rechazo del 64%, lo más probable es que, después de una semana, la aceptación descienda al 30%.
La renuncia del Canciller Falconí y la debacle del proyecto petrolero ITT-Yasuní marcaron la tónica de la visita presidencial. El Presidente no se cansó de decir que Falconí había sido una marioneta de Alberto Acosta y que éste le engañó dos veces con agendas “ecologistas” no aprobadas por el pueblo. Fue un privilegio mirar de cerca la pelea de los compadres enojados por el “oro negro”.
Pero hubo algo más. El Volcán Tungurahua no dejó de advertirle al Presidente, con explosiones y piedras incandescentes, cada vez que miraba hacia el oriente en la dirección del ITT.
En la imaginación presidencial, la Avenida Cevallos le perteneció, por dos días, al Gobierno. A los ojos de los ambateños dicha Avenida fue invadida y la Ciudad ofendida. Con lo que pasó, la mayoría silenciosa de Ambato se dijo a sí misma: “ojalá no vengan, otra vez, a festejar sus aniversarios rosas”, al evocar la canción del terruño con la esperanza que a “Ambato nunca le llegará la mala suerte”.
Carlos guevara moreno fue un experto en movilización de masas