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Un minuto de silencio en la muerte de Emilia y una vida entera de escándalo multitudinario hasta que las instituciones, las sociedades, las familias y los individuos nos demos las ciudades que nos merecemos
Emilia tenía 9 años. Ella esperaba con alegría el día de la Navidad y tal vez ya tenía lista su carta al Niño Dios. Estaba en la edad para estrecharse a sus amistades, para entender las reglas de sus padres y para dialogar con el mundo entero. En este momento luminoso, su vida se apagó. Su luz fue extinguida por un criminal confeso y por un crimen en contra de toda la niñez. El responsable no merece ningún perdón.
El dolor por la ausencia de un niña llena de amor nos paraliza y nos empuja. Nos anima a criticarnos como sociedad y a preguntarnos por qué nuestros hijos no pueden caminar libremente, tranquilos y seguros en su propio barrio, en su propia ciudad. Si una sola niña, un solo niño, no pueden caminar plácidamente por las calles que son tan suyas como de todos, la sociedad entera habrá fracasado. Todos hemos fracaso con Emilia. Todos le hemos fallado.
¿Somos una sociedad violenta? ¿Enseñamos a los nuestros el respeto por la vida, por la dignidad o por la diferencia del otro? ¿Qué dice de nosotros que algunos de nuestros profesores, nuestros representantes o nuestros ciudadanos sean seres indolentes, insensibles e irrespetuosos, de cualquier forma, frente a la vida ajena? Si seguimos creyendo que necesitamos déspotas y prepotentes que pongan orden en todas partes estamos sembrando una sociedad violenta que parirá individuos violentos para siempre. El machismo es un producto de sociedades que aceptan la violencia como algo normal y esa sociedad debe aceptar la culpa que le toca por dar un lugar a depredadores de niños y niñas como el malhechor que se llevó la vida de Emilia.
Fue un femicidio con todas sus letras. El asesino aprovechó una relación desigual de poder para perpetrar el monstruoso crimen. Pero vivas nos queremos y vivos nos queremos, porque la ausencia de Emilia no es un asunto ideológico, sino la tragedia de una sociedad machista que nos está matando a todos o nos estamos matando entre todos. Ni una menos, pero también ni uno menos. Ni una niña, ni un niño menos que su infancia sea destruida o que su vida sea apagada.
El machismo es un producto de sociedades que aceptan la violencia como algo normal y esa sociedad debe aceptar la culpa que le toca por dar un lugar a depredadores de niños y niñas
Ni un profesor menos a cargo de proteger y educar a niños si estuviera descalificado por la falta de rigor sobre su idoneidad psicológica y preparación docente.
Un minuto de silencio en la muerte de Emilia y una vida entera de escándalo multitudinario hasta que las instituciones, las sociedades, las familias y los individuos nos demos las ciudades que nos merecemos. Somos gente decente que nos merecemos sociedades decentes.
Emilia ya no irá más a su escuela. Su pupitre quedará vacío por siempre. Adrián y sus demás compañeros y compañeras ya no disfrutarán de su presencia, de su entusiasmo y alegría. Pero la luz de su nombre no se apagará porque iluminará con su llama a quienes se esfuerzan para que su ejemplo inunde de amor los corazones de una sociedad violenta por falta de afecto.
Mi deseo es que su ausencia pronto se convierta en presencia constante y que su recuerdo entrañable sane, poco a poco, el dolor de sus papitos, hermanas y familiares que lloran por ella. Mi alma también llora por ella. Pero Emilia pronto dejará de ser una pequeña oruguita y se convertirá en una hermosa mariposa en el infinito, y desplegará libremente sus bellas alas allí donde no existe el dolor, donde no hay violencia, ni odio; allí donde solo hay amor del mismo que sus padres le profesarán por siempre.
Hasta luego pequeña Emilia.