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Fue muy emotiva la nota periodística de un canal conocido esta semana en la que un joven ve a un hombre con sus zapatillas rotas y se detiene para ayudarlo. Le quita su calzado andrajoso y entra a una tienda donde adquiere un par nuevo y se los calza
Realmente fue muy emocionante ver esta secuencia de empatía la cual fue filmada con el celular de una señora que pasaba por allí. Esta misma se encargó de dar detalles, entre sollozos, al periodismo de como el joven de unos treinta años vio al hombre parado con las zapatillas rotas y se tomó el trabajo de quitarle el calzado hasta terminar su tarea de abrocharle los cordones de un par nuevo que adquirió con su dinero.
Miraba la nota y noté que se armaba un revuelo de admiración hacia el joven, ternura y llanto de presenciar tal acto de altruismo en lo cual se ve a las claras; no estamos acostumbrados los humanos.
Lo vi como algo muy simple porque en mi vida siempre me vi rodado de gente necesitada, y pensé: No era necesario tanto llanto y emoción, simplemente había que caminar un par de cuadras y hacer lo mismo. Estamos rodeados de personas, gente grande, chicos y niños a los cuales sencillamente podemos darle una pequeña alegría, aunque con esto no cambiemos su suerte; pero podríamos sacarles una sonrisa.
No deberíamos asombrarnos por ver esta escena, debería ser algo cotidiano. Quizás simplemente eso cambiaría el mundo. Dejar de correr por nuestros intereses mezquinos y prestar un poco de atención al otro. No decir tanto: "Feliz navidad" Sino hacer que la navidad sea parte cotidiana de nuestra vida. Siempre habrá algún vendedor ambulante a quien comprarle algo, algún mendigo en la calle por quien sintamos empatía y ayudemos aunque sea con lo mínimo.
Muchas veces vivimos en un mundo muy pequeño el de los "nuestros" e, ignoramos lo que queremos ignorar. El resto no nos interesa, pertenece a los otros, los desgraciados, los infelices. Y cuando vemos que alguien se detuvo entre esos dos mundos, se animó y cruzó la barrera invisible y aportó una migaja al necesitado nos quedamos con la boca abierta.
Feliz Navidad.
Carlos Polleé