¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que John Miller escriba una noticia?
Hoy, jueves 9 de octubre, es un día de premios. De un lado el novelista francés Patrick Modiano gana el Nobel de Literatura, (como suele suceder fallaron los pronósticos que situaban al ganador en el trío Philip Roth-Haruki Murakami-Milan Kundera) y de otro lado el andaluz Antonio Hernández, nacido en 1943, poeta memorialista, poeta regionalista, gana por segunda vez el Premio Nacional de Poesía gracias a su último libro, "Nueva York antes de muerto." Como breve muestra de su quehacer reproducimos aquí dos de sus poemas:
ESCALOFRÍO
Jazmín, ruiseñor y fuente. La plaza de Santa Marta.
La Giralda desde el arco
chico del Patio Banderas.
Saber que no existe Dios
mas se hace el encontradizo.
Dar gracias por esa luna
narcisista por el río.
Sin soñar, ser sueño aparte.
Y joven contra natura:
que no importe haberlo sido.
Por La Palmera gritar:
"¡Viva el Betis manque pierda!"
ANDALUCÍA Me quedé en ella porque era hermosa
y necesitaba su alegría. Nunca
se puede ocultar al corazón
lo que han visto los ojos. Nunca
la alegría del canto. (Repetidamente)
fui viviendo en sus cosas y aprendí...
Por los ríos, el amor; por un pájaro,
el desvelo de la paz; por las nubes ligeras,
la forma de evitarme algún recuerdo.
Todo estaba limpio por sus tierras Hasta los pobres, en vez de dolor,
de una seguridad insuficiente hablaban.
Hasta los jornaleros, en vez de justicia,
resignación decían. Era un modo
de ahuyentar la tristeza. Se conformaban
con lo que les venía desde arriba,
y con un cante que nació en las raíces
de su pena y fue extendiéndose a las ramas
del mundo, como al amanecer la luz.
Cada día iba aprendiendo más: que el vivir no es un ave que pasa, sino un pozo
que queda allí para el que necesite beber,
que el que lleva una tierra clavada en las entrañas
vale más que haber posado un continente entero,
que morir por los brazos de una madre
es la gran solución para santificarse.
Andalucía era limpia, y por eso al renacer en ella, al darme cuenta
que no solo de fiestas se trataba
defendí su ilusión de más de mil dolores,
apoyé a la alegría cunado enmascaraba tristeza
robé a todo lo hermoso cuanto pudo mi amor.
No. No era un vino o una guitarra la escena. Era lo que quedaba dentro de cada uno oculto,
la alegría, quizá, le costaba la sangre
a aquellas tierras de secanos cuando
un campesino alzaba como un Dios
su ronquido total, su enorme queja,
su gran desolación vestida de colores