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¿Será que Correa, quien ya dice de sí mismo ser “una leyenda” recibirá un castigo similar y perecerá ahogado en el acantilado que él mismo se mira?
Ayer, en el encuentro televisado entre todos los presidenciables, el candidato Dalo Bucaram mencionó al presidente Correa, lo que inmediatamente provocó la furia del mandatario.
Correa contestó calificando al candidato de vanidoso y “delegó” a su mascona, un perro llamado Segismundo, a “comparecer” al debate, aunque se lamentó de que su perro “sería demasiado” para enfrentar a Bucaram. Sí, el presidente Correa comparó a su adversario político con un perro, atribuyendo mayor valor intelectual a su mascota.
Parece que el presidente vive en un universo alterno. Correa se mira en un espejo antes de injuriar a sus adversarios políticos e intenta engañar que él es siempre la victima de todo ataque.
Bucaram solo lo invitó a debatir. Solo eso. Pero Correa ya se sintió autorizado para despreciar a este adversario, de ponerlo por debajo de su mascota y para calificarlo de “vanidoso”. ¿Vanidoso?
Días atrás también calificó de drogadicto a Capaya, antes su amigo íntimo, recaudador financiero en época de campaña y representante político, hoy caído en desgracia para el correísmo, pero prófugo de la justicia.
En otra ocasión dijo que Cynthia Viteri solo sabe de maquillaje o que Guillermo Lasso tiene el mismo carisma que un poste de luz. A todos los comparó consigo mismo.
Correa siempre está por encima del bien y del mal. Se ve a sí mismo como una figura angélica, impoluta, que no conoce la imperfección humana y que jamás se equivoca. Con tan deforme interpretación de sí mismo, ahora se entiende por qué es tan ofensivo mirarlo a los ojos, tratarlo como a un igual o, siquiera, dirigirle la palabra. Todo aquel que le hable, mirándolo, es un vanidoso, un mediocre, un majadero, que no entiende el origen celestial de su liderazgo que ya es leyenda.
La vanidad bien alimentada es benévola, pero una vanidad hambrienta es déspota, decía Mason Cooley
Dalo un vanidoso por desafiar a Correa. Eso fue lo que el mandatario le respondió a su propuesta para debatir. “Dalito, en su vanidad, cree que solo tuiteo sobre él. Me acaba de invitar a debatir. Delego a Segismundo, aunque temo que sería demasiado”, dijo Correa. Al final del mensaje se acompaña una foto de su mascota a los pies de su dueño.
¿Acaso todo el glorioso poder de un presidente como Correa se resume en esta desdichada dicotomía: en denostar al contrincante y en huir de los retos?
¿Cuántas veces el presidente Correa ha respondido con este tono indolente, amenazante y arrogante? ¿Acaso no es él el verdadero vanidoso, que se mira como Narciso sobre el acantilado y que no puede tolerar que alguien cometa la osadía de perturbar la imagen que ve de sí mismo?
La vanidad bien alimentada es benévola, pero una vanidad hambrienta es déspota, decía Mason Cooley.
En cada intervención pública se puede ver a un Correa, inflamado de egolatría, sentado sobre tu altísimo trono e intentando ser un estadista sin recato, déspota en cada respuesta. Lo peor es que no hemos acostumbrado a eso.
A todos nos importaría un rábano la vanidad de Correa si fuera el rey de su metro cuadrado, pero él es el presidente de la nación en la que vivimos. Tenemos el derecho y la obligación de exigirle, a éste o a cualquiera que fuera, que represente con decoro la más alta dignidad de nuestro país.
El vanidoso Narciso fue castigado por Némesis según su propio mito. ¿Será que Correa, quien ya dice de sí mismo ser “una leyenda” recibirá un castigo similar y perecerá ahogado en el acantilado que él mismo se mira?
Correa se mira en un espejo antes de injuriar a sus adversarios políticos e intenta engañar que él es siempre la victima de todo ataque