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Que venga Correa, que pierda aparatosamente y que los libros lo recuerden como el más grande impostor político de la Historia del Ecuador. Pero otros con poder preferirán exiliarlo, dándole un estatus que jamás tuvo
Rafael Correa es un timo publicitario que debe desmitificarse cuanto antes. Mientras unos se desencantaron con el tiempo, los más furiosos se fanatizaron al extremo de la sordidez y la enajenación. Esos son los pocos que quedan.
Ninguna de las pruebas ventiladas por la justicia ordinaria parece servir a los incondicionales. Dirán que todo forma parte de una conspiración de los enemigos de la patria. Cada una de sus estomacales narraciones se estructuran así: que la derecha internacional, que los sectores oligárquicos, que los medios de comunicación, que la banca. Lo hacen por defender su legítimo derecho al autoengaño y para sentirse importantes frente a algo ficticio que llaman como correismo.
Correa no es Correa ni el correismo es algo. Rafael Correa es el producto de una exitosa estrategia publicitaria para conseguir el poder. Luego lo conservaron bajo una intensa campaña de propaganda presente hasta en los partidos de futbol y asegurada con consecutivos fraudes electorales. Hoy existen decenas de denuncias sobre muertos que votaban, de resultados electorales tramposos y de donaciones procedentes de Odebrecht, del narcotráfico o del terrorismo. Pero esto no parece importarles a los fanatizados.
En un plebiscito, aunque no se vota por candidatos sino por respuestas, en la pregunta 4 de la consulta de 2018 se devela la auténtica intención del voto correista. Un absurdo 27% de electores votó a favor de los delitos sexuales cometidos en contra de los niños, sector que muestra el ilógico delirio de los adictos a Rafael Correa.
Pero ese 27% no es un patrimonio electoral del correismo. Ese es un invento dicho y reconocido solo por ellos mismos u otros ingenuos. Ese porcentaje corresponde al voto populista histórico desde el retorno a la democracia. Esto que se explica en otra columna demuestra que el voto populista no distingue entre ideologías y que no es el capital político de nadie que se beneficie de estas votaciones. Así la aparición de un nuevo líder populista podría neutralizar a Correa y al correismo sin mucho esfuerzo.
Correa no es Correa ni el correismo es algo. Rafael Correa es el producto de una exitosa estrategia publicitaria para conseguir el poder
El fracaso electoral del correismo se puede mirar en las elecciones seccionales de 2019. El nuevo correismo atrincherado en el Movimiento Fuerza Compromiso Social no conquistó ninguna alcaldía de los 46 cantones en los que presentó candidato dentro de las 221 en disputa y solo 2 prefecturas de las 24 posibles. Esto equivale a un rango mayor al 9% y menor al 20% de apoyo electoral, según un estudio publicado por GK. Esto está muy por debajo del 30% que muchos le atribuyen.
Creer que Rafael Correa podría venir y arrasar en las elecciones es confiar en el irrazonable mito que solo sus fanáticos se cuentan. El arrollador éxito del correismo es la suma de varios elementos de los que ni su organización ni sus fanáticos disponen en la actualidad. Ya no están sentados sobre el gobierno central, ni sobre su estructura de recursos, entonces no pueden utilizar sus medios para condicionar a ninguna clientela o para torcer los resultados electorales, ni pueden gastar los sobornos que recibieron libremente. Al contrario, con el tiempo su partido será ilegalizado y sus dirigentes serán proscritos por la justicia o en elecciones. Ya no pueden utilizar la bonanza petrolera para crear la ficción de la estabilidad económica, ni pueden obligar a nadie a pensar como ellos. Correa no es Correa, es un timo que debe desmitificarse cuanto antes.
El correismo es la forma despectiva que se utilizó para etiquetar a estos populistas. Jamás hubo la intención se asignar a sus acciones delictivas una carga ideológica. Para ser tal, una ideología debe considerarse una disciplina filosófica colectiva que estudie ciertas ideas. Detrás del correismo nunca hubo nada de eso, ni disciplina, ni filosofía, ni ideas, hay solo oportunismo, codicia y vulgaridad.
La justicia ordinaria deberá ventilar las culpas e imponer penas a los delincuentes de la década ganada. Pero esta no debe ser una patente de corso. Si Rafael Correa no es culpable debe permitírsele volver a participar en elecciones para comprobar si realmente lo hace. Pronostico que vendrá, perderá aparatosamente y los libros lo recordarán como el más grande impostor político de la Historia republicana. Pero otros con poder preferirán exiliarlo, dándole un estatus que jamás tuvo. Preferirán igualarlo a José María Velasco Ibarra, a Carlos Guevara Moreno, a Assad Bucaram y hasta a Abdalá Bucaram, auténticos populistas con capacidad de electrizar a las masas. Pero Correa no es Correa. Es un remedo de sí mismo, un farsante creado por la propaganda de los hermanos Alvarado. Al desmitificarlo se dará el justo precio a su nefasto paso por la política y a su legado de corrupción generalizada.